Lo más importante de la comunicación es escuchar lo que no se dice.

Peter Ferdinand Drucker

No es posible no comunicar.

1er axioma de la comunicación humana.

Paul Watzlawick

El otro día, paseando por la montaña que hay cerca de casa escucho un ruido y acto seguido el llanto de un niño. Miro a la derecha y veo a tres personas en bicicleta. Un adulto, una niña y un niño de unos 5 o 6 años. Imagino que son un padre con su hija y su hijo. Este último tirado en el suelo y llorando junto a la bicicleta volcada en el camino. El niño está a unos tres metros por detrás del padre y como a un metro de la niña que está justo detrás del padre. Todos con su bicicleta.

En este escenario el padre, sin moverse y casi sin girar la cabeza, dice con voz alegre y animosa:

– “Venga, que no es nada”. “Ya te has caído otras veces y no ha pasado nada”

¿Y cuál es la respuesta del niño? ¡Pues llorar más fuerte!

Estoy convencido de que el padre, con la mejor de las intenciones, lo que quiere es animar y apoyar a su hijo, pero ¿Por qué llora el hijo más fuerte? Si el hijo estuviese realmente recibiendo un mensaje de apoyo y ánimo, ¿creéis que lloraría más fuerte, o por el contrario se calmaría?

¿Qué está sucediendo en realidad?

Muy probablemente, el pequeño que se acaba de caer de su bicicleta en medio de un sendero pedregoso está confundido, asustado, dolorido y frustrado por su accidente. En estas circunstancias es muy posible que lo que necesite es, precisamente, lo que el padre intenta transmitir: apoyo, ánimo, afecto y reconocimiento. Ser visto. No obstante, el mensaje, tanto verbal como no verbal, que el padre está mandando es: Yo me quedo aquí quieto con mi bicicleta y te digo “Venga que no es nada”. Eso al niño le llega como “anula todo lo que estás sintiendo y anímate” “lo que estás viviendo no es correcto. Lo que sientes no es correcto. Tienes que estar animado, contento y dejar de llorar” “Tus sentimientos y necesidades no son adecuadas”. Claro, al recibir este mensaje, ¿cómo se siente el niño? Pues muy posiblemente, además de lo que lleva encima de confundido, asustado, dolorido y frustrado, ahora también enfadado y, si cabe, más confundido todavía.

Este “estilo de comunicación” que vemos en el padre es algo que muchos tenemos bien aprendido desde muy pequeños. Cuando vemos a alguien pasándolo mal o en una situación complicada ¿qué tendemos a hacer? Lo mismo que el padre de arriba, negamos lo que la otra persona siente y le pedimos que cambie: “alegra esa cara”, “no te enfades”, “no es para tanto”, “seguro que puedes sacar algo bueno de esto”, y un largo etcétera.

¿Qué podemos hacer para que nuestro mensaje de apoyo y cariño llegue realmente?

Algo tan sencillo, y tan difícil, como simplemente reconocer por lo que está pasando esa persona y tratar de conectar con lo que pueda estar necesitando. Volviendo al caso del padre y los niños, una opción podría ser acercarse al hijo y reconocer cómo se está sintiendo: “Ostras, veo que te has caído de la bici. ¿Te has asustado por la caída, aquí, en esta zona con tanta piedra y te duele el golpe? Imagino que con lo bien que sabes ir en bici, da mucha rabia caerse, ¿sí?” Y ahí ver cómo reacciona el chaval y qué nos contesta. Y seguir indagando hasta entender cómo se siente y conectar con lo que está necesitando. “¿Necesitas que te ayude? ¿Quieres que sigamos por un sitio con menos piedras? ¿Quieres que te de un abrazo? …”

En resumen, empatía. Pero ¡ojo! empatía no entendida como “yo sé lo que sientes y por lo que estás pasando. Yo te entiendo” – para mí eso no es empatía – si no entendida como que la otra persona diga o piense “¡tú sí que me entiendes y sí que sabes por lo que estoy pasando!”, que es muy distinto.

Todo esto que os cuento son algunas de las herramientas de la Comunicación Noviolenta. Una forma muy poderosa para conectar de corazón a corazón con las personas, ejercitar un estilo de comunicación que nos acerca a los demás, y a la vez poder expresarnos de manera honesta cuidando las relaciones.