Yo, hace un tiempo, al leer lo que acabo de cuestionar hubiese respondido ¡Pues vaya pregunta! ¡Claro que soy maduro y asumo mis responsabilidades! A día de hoy no lo tengo tan claro…
Me explico. Para ello voy a empezar remontándome unos cuantos años. Unos cuantos cientos o incluso miles de años. En épocas prehistóricas cuando surgía un conflicto la solución estaba clara. El más fuerte (persona, tribu, clan…) se hacía con la razón a base de golpes. Fuerza pura y dura. Y si fuese el caso, aniquilando al contrario. Según fue evolucionando la sociedad, las personas al frente de su grupo (jefes, reyes, señores…) se percatan de que el sistema anterior tiene inconvenientes. Especialmente el de las bajas, lo cual no es deseable para nadie. Ni para el rey ni para los súbditos. Aquí llega una mejora para todos (especialmente para el líder de la tribu, jefe, rey…): ante un conflicto, el rey es el que pasa a impartir justicia. Con esto las bajas disminuyen, lo cual es una ventaja para todos, pero sigue habiendo numerosos inconvenientes para la mayoría. La justicia se imparte de una manera arbitraria y el que la aplica, además, lo hace en muchos casos en beneficio propio y de los suyos. De este sistema de justicia se evoluciona a nuestro sistema actual donde ya hay unos criterios (leyes, normas) que son aplicados por profesionales imparciales (jueces). Y aquí hay un punto que quiero recalcar. Desde hace miles de años (la justicia impartida por el jefe de la tribu) hasta hoy en día, hay algo que no ha cambiado nada en nuestra cultura: el recurrir a un tercero -a la autoridad- para que de solución a nuestro conflicto. Esta manera de actuar la tenemos grabada en el ADN personal, grupal, cultural… Cuando no se qué hacer con un conflicto que se me va de las manos, apelo a la autoridad. Y además, esta es la manera en que la mayoría seguimos educando a las generaciones que vienen por detrás. Cuando somos niños y tenemos un conflicto con un hermano, familiar, etc. ¿qué hacemos? Recurrimos a la autoridad:
– ¡Papá! ¡Mamá!
¿Y qué hace la autoridad? Resolver por nosotros:
– Fulanito, deja en paz a tu hermano y pídele perdón.
– Menganito, devuelve el juguete y dale un beso a tu hermanita.
Y esto sigue y se afianza en la escuela, donde recurrimos al profesor/director. Con el hábito fuertemente arraigado más tarde en el trabajo recurrimos al jefe/director y en última instancia al juez. A los tribunales. Es lo que llevamos de herencia, cultura y de educación desde tiempos inmemoriales. Ni se nos pasa por la cabeza que pueda haber otras opciones. Lo hacemos de manera totalmente automática e inconsciente. Si fuésemos conscientes del asunto y nos planteáramos que estamos cediendo todo el poder sobre nuestro conflicto a un tercero que no tiene ni idea del mismo, y al que posiblemente le traiga sin cuidado mi problema, igual actuaríamos de otra manera.
¿Cómo sería tener al máximo experto en nuestro conflicto (nosotros) tomando las riendas del tema, asumiendo la responsabilidad del asunto, llegando a las soluciones más convenientes e insospechadas y descartando las que no nos sirven? Suena demasiado bonito, ¿verdad? Pues es posible. Hoy por hoy, con ayuda, claro. Con la ayuda de un mediador. Pero esta opción exige un grado de madurez importante. De ahí mi pregunta inicial. Es necesario que dejemos de comportarnos como ese niño que prefiere que “papá” le resuelva el problema -aunque incluso lo que vaya a decidir “papá” no nos guste o nos perjudique- y asumamos la responsabilidad de nuestro asunto. Y cuando hablo de madurez no me refiero solo a la personal. Hablo también de nuestras empresas, sus directivos, nuestra cultura, la sociedad.
El otro día hablaba de mediación con una figura de referencia y peso en el sector naval que me decía:
– Adrián, la mediación es difícil que arraigue. Mira. Si yo tengo un conflicto serio con alguno de mis clientes voy a ir a juicio. No me voy a plantear ir a mediación. Si voy a mediación y llegamos a un acuerdo, voy a tener que defender mi decisión ante el consejo de administración. Mi puesto va a estar en juego. En cambio, si voy a juicio, es el juez el que ha dictado sentencia. Es su decisión y no la mía. Aunque sea perjudicial. El chivo expiatorio es el juez y no yo.
Este es uno de tantos ejemplos de los que hablo cuando hablo de falta de madurez. En este caso, el peso tan grande de nuestra cultura y educación se une a la falta de madurez para asumir la plena responsabilidad que ha otorgado el consejo de administración al directivo.
¿Y tú? ¿Eres maduro y asumes tu responsabilidad, o prefieres que papá decida por ti?