Las falacias no dejan de ser falacias porque se conviertan en modas”

Gilbert K. Chesterton

Hoy, estando yo dando un agradable paseo por una zona de reserva natural que hay cerca de casa, noto que un corredor me alcanza por detrás. Al adelantarme, me mira y me dice “vaya tacones”.

Hace ya años que corro casi descalzo, con unos finos huaraches de fabricación casera que suelen llamar mucho la atención a todo aquél que me mira los pies.

Con la excusa del comentario, nos miramos y nos reconocemos. El corredor es un vecino del pueblo con el que, desde hace años, me cruzo de tanto en tanto y charlamos de todo y de nada.

Hoy, al verme, frena su carrera y se pone a caminar a mi lado. Me vuelve a mirar y me pregunta: “¿Puedo hacerte algunas preguntas? Posiblemente incómodas.”

Acepto, ya que no tengo obligación de nada y tan solo es cuestión de respetarme y poner los límites que yo considere. Las preguntas, finalmente, para mí, no resultan ser nada incómodas. Mi vecino está indagando sobre mi actividad profesional y mi afinidad política. Me comenta que el partido político al que él pertenece, y que perdió las últimas elecciones locales, está buscando gente afín para darle la vuelta a los resultados electorales.

Sus “preguntas incómodas” me dan una oportunidad de oro para expresar algo que llevo tiempo observando. Y, además, tengo a una persona idónea para hacerlo. Su partido, periódicamente, deja en los buzones del pueblo un panfleto con su visión sobre algunos asuntos municipales. El estilo del panfleto (como tal, y en mi opinión, claro) es el del sarcasmo, la burla, el descrédito y la crítica.

 


Algunos de los titulares del panfleto:

  • “Los Calimeros, creadores del rebenterio y del Rayban, creen que los problemas de la basura … se solucionan con un policía camuflado. La última ocurrencia del gobierno…: se busca un Anacleto”
  • “¿En qué se parece la modificación de crédito y ‘pasapalabra’? En que habrá ‘Bote’.”
  • “Un OVNI y un Buda colonizan los pinos de la piscina”
  • “Vuelve a lloriquear” (junto a una imagen de Calimero llorando y diciendo ‘soy un incomprendido’)
  • “Un gobierno irresponsable e inepto al timón. ¡Decadencia!”

 

Así pues, aprovecho la oportunidad y le digo:

– Con independencia de que pueda o no estar de acuerdo con vuestras ideas y propuestas, no comparto el estilo de comunicación que usáis en vuestro panfleto; un estilo basado en el sarcasmo, la burla, el descrédito…

Nada más empieza a escuchar esto, me responde:

– Gracias. Sí. Hay gente que me comenta lo mismo. Sorprendentemente, todos son de mi partido. El resto de gente, que me habla de la hoja, alaba las críticas que lanzamos y me animan. Eres la primera persona, que no es del partido, que me dice esto.

– La cuestión, -continúa hablando-, es que si usamos un tono neutro, nadie nos lee. Y con este lenguaje atraemos la atención y la gente lee nuestra hoja.

Aquí es dónde intenta colarme la falacia del falso dilema que tanto escucho, especialmente a políticos.

 


  • “Debemos lidiar con el crimen en las calles, antes de mejorar las escuelas.”
  • “A menos que aumentemos el gasto en defensa, seremos vulnerables a los ataques.”
  • “¿Reelegirá usted al partido en el gobierno o le dará alas al terrorismo?”
  • “Si no mantenemos las centrales nucleares, nos enfrentaremos a una crisis energética.”
  • “O rescatamos a los bancos o el país se hunde.”

Estos son claros ejemplos de la falacia del falso dilema. En estas afirmaciones no hay atisbo de que se puedan considerar posibilidades alternativas, y menos aún que esas alternativas pudiesen ser incluso mejores que las que se han planteado.


 

El argumento de mi vecino es el siguiente:

Solo hay dos opciones:

– O uso un tono neutro

– O uso el sarcasmo y el descrédito.

Por tanto, como el tono neutro no capta suficiente atención, sólo me queda la opción de usar el descrédito y el sarcasmo.

Argumento totalmente falaz, ya que hay innumerables opciones, además de las dos que plantea.

Para mí, una propuesta alternativa (entre las muchas que hay, además de esas dos), es la de la Comunicación No Violenta, de Marshall Rosenberg. Esta propuesta constituye, además, uno de mis pilares y herramientas principales como mediador. Para mí, es una opción mucho más honesta, auténtica, cordial y atractiva que el estilo de comunicación al que los medios nos tienen habituados; un estilo que se basa en echar la culpa, en decir lo que “los demás” hacen o han hecho “mal”, en la crítica, en la queja, en el descrédito y en el victimismo. Y, ojo, que no hablo de pasarnos al flower power, al buen rollismo, a mirar para otro lado o a poner la otra mejilla. Hablo de expresión honesta, desde mí y mis necesidades, a la par que miro al otro y lo veo como una persona con sus propias necesidades. Nada que ver con estar de acuerdo con esa persona, ceder, transigir, decir que sí a todo, o como me han llegado a decir, bajarnos los pantalones.

Nada mejor que un ejemplo para ilustrar lo que propongo.

El otro día, en un taller, una persona comentaba que se sentía explotada por su jefe y la empresa donde trabaja. Desde este paradigma, su comunicación con su superior es: “me explotas”, “te aprovechas de mí”, “quiero un aumento de sueldo y no me lo das”. Con este discurso, ¿cómo crees que se siente el jefe? ¿Qué posibilidades de éxito crees que tiene esta persona de conseguir un aumento o una respuesta “amable” por parte de su empresa?

Indagando y acompañando a esta persona podemos identificar que tiene, ante todo, una gran necesidad de reconocimiento, de que su empresa y su jefe reconozcan su trabajo.

Con esta propuesta, tiene la opción de cambiar su estilo de comunicación inicial: “me explotas”, que en el fondo transmite lo que yo pienso que los demás me hacen. Me posiciono como víctima y le doy todo el poder a los demás.

Y, atención, además habrá que ver qué piensa el jefe. Posiblemente su punto de vista sea muy distinto. Es posible que piense que ya hace mucho por esta persona. Que ya realiza un gran esfuerzo por mantenerle el sueldo a pesar de las dificultades. ¡Y ya tenemos el conflicto gestado!

Con el cambio propuesto, ahora el mensaje es: “para mí es importante que mi trabajo sea reconocido”. Ahora hablo de mí. No digo ni opino nada de la otra persona. Yo tengo el poder y la responsabilidad. Además, el abanico de opciones se ve súbitamente ampliado. De querer un aumento de sueldo, ahora, si ello no es posible, puedo buscar numerosas opciones y alternativas para que mi trabajo sea reconocido. Imaginación al poder. Tengo una buena herramienta para comunicarme y negociar, con asertividad, honestidad, y a la vez cuidando la relación.

Y tú, ¿qué relaciones y qué estilo de comunicación quieres tener?